Al entrar en la Granja Furano Tomita, se divisa un apacible océano púrpura. La lavanda se mece suavemente con la brisa y el aire se impregna de una elegante fragancia, como si incluso respirar se curara. Caminando lentamente por los campos de flores, la salvia, la caléndula y el cosmos florecen uno tras otro, y los colores se entrelazan en una imagen espléndida. A lo lejos, las montañas Tokachi custodian silenciosamente este mar de flores. Bajo el cielo azul y las nubes blancas, todo se percibe en paz y majestuosidad. Desde una plataforma elevada con vistas a toda la granja, solo siento admiración y emoción. La Granja Tomita no es solo un festín visual, sino más bien un cálido poema de verano, que invita a guardar esta belleza en el corazón y a no querer marcharse por mucho tiempo.